EN UNAS POCAS LÍNEAS MISTERIO TODAS LAS EDADES TODOS

Inexplicable

El viento se movía con fuertes ráfagas que azotaban el suelo de la playa. Este se levantaba, formando grandes ondas que vagaban a sus anchas como si de un hombre se tratara. El mar se unía con la tierra de una forma delicada, tal y como si fueran un mismo ente. En medio de todo aquel descontrol estaba ella. Era un ser inexplicable, creado por la unión del agua y la fina arena de la playa. Carecía de extremidades inferiores, en vez de ellas un castillo de arena la encadenaba al suelo e impedía que se moviera. Unos débiles brazos adornaban su torso y sostenían una hermosa caracola que cantaba notas aparentemente aleatorias. Ojos entrecerrados con pestañas largas, cejas perfiladas y una naricilla que le daba un aspecto joven completaban su rostro y hacían que siempre mantuviera una expresión concentrada. A pesar de tener sobre la cabeza una torre que formaba parte del castillo inferior, lo que más llamaba la atención era la larga cabellera oscura que ondeaba tras ella cual capa y que se fundía con el viento. Era un ser hermoso que adornaba la playa alegrando la vista a visitantes y trabajadores. Era un ser único que aparecía en cualquier momento, sin ningún tipo de rutina. Era un ser mágico que brillaba con luz propia. Era un ser inexplicable que respiraba, que mantenía un ritmo cardíaco estable, pero que, sin embargo, no se movía. Ni siquiera abría los ojos.

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Un curioso olor a polvo

Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Los tres pararon de cuchichear y me miraron.

—Aurora, te toca. —Tragué saliva y examiné aquel objeto que me daba dolor de cabeza.

Me acerqué aún más. Desprendía un curioso olor a polvo. Intenté levantar la mano, pero el cuerpo no me respondía. Me volvieron a observar con miradas acusadoras. Tenía que hacerlo o nunca me volverían a hablar.

—¿Qué pasa? ¿Acaso tienes miedo? Sí. Tenía mucho miedo, pero sabía que decirlo sólo causaría problemas. Volví a intentar levantar la mano. Esta vez me hizo caso, pero temblaba. Y mucho. La coloqué a tan solo unos centímetros de la tabla. Una vez que la posara y formulara la pregunta, ya no habría vuelta atrás.

—Aurora… —Me olvidé de todas las consecuencias y la puse. El contacto frío del metal me produjo un escalofrío, pero no era para tanto. Suspiré y empecé a recitar la frase con calma. Las palabras se escurrían de mi boca. No podía controlarlas. Si ahora me preguntaran, no lograría recordar lo que dije. Pero en cuanto acabé de hablar, sucedió. El metal se empezó a deslizar por la tabla cual serpiente y yo me asusté. Meses después mucha gente sigue sin creerme y yo sigo jurando que se movió solo. Yo no hice absolutamente nada. Una vez que el objeto se quedó quieto observé la cara de mis amigos. Estaban todos pálidos y mirándome con los ojos como platos.

—Aurora has… has… —Pero los ojos se me cerraron y los oídos se me taponaron de repente. La mente se me quedó en blanco y el cuerpo empezó a actuar por sí solo. Noté  como me levantaba y como una maquiavélica voz me susurraba: <<Despídete de tus amigos>>

A la mañana siguiente me desperté en la misma habitación con el cuerpo lleno de rasguños y arañazos. Todos los muebles estaban tirados y tres cuerpos yacían muertos en mitad de la habitación. Solo había un objeto totalmente intacto. La ouija, que seguía desprendiendo un curioso olor a polvo.

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Una mosca en la feria

El pequeño insecto volvió a salir volando y se posó sobre una rama cercana a la multitud. Fue un error, había demasiado ruido: toda la gente hablando, la música a todo volumen… Se apoyó sobre un pequeño puesto rojo, olía muy bien, a dulce, y observó que un señor con un peculiar bigote y un extraño sombrero cogía una enorme nube rosa y comenzó a comerla. La mosca quiso probarla, así que siguió al hombre, que ahora se dirigía a la noria, a ver si podía coger un poco. Había brillantes luces de muchísimos colores que se movían de forma circular, y arrastraban con ella varias sillas que colgaban sobre la gente. La mosca se acercó más al hombre, e intentó darle un bocado, pero no lo consiguió, el señor la apartó de un manotazo y continuó comiendo. Cuando el señor entró en la cabina, aprovechó y entró ella también. Consiguió posarse sobre el dulce, era algodón de azúcar. Tenía una textura suave y porosa. Por fin lo probó, se deshizo en su boca. Rápidamente salió de la cabina, casi la matan de un manotazo.

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-¿Arte de magia?-

Era una tarde de diciembre en medio del océano Cantábrico. Las olas amenazaban a los barcos con una fuerza sobrenatural. Entre todo aquel entorno resaltaba un pequeño faro rojo como la sangre. En él, David, el farero, colocaba el combustible para que las luces brillaran durante toda la noche. Después de terminar se puso el pijama y se metió en la cama. Se arropó con las sábanas y se dispuso a dormir tranquilo. Pasaron dos horas y lo único que  se oía eran las grandes olas rompiendo en los acantilados. De repente, David escuchó un delicado canto. Las notas golpeaban más fuerte que el mar. El viejo farero se levantó al instante. Nunca había escuchado algo parecido. Cogió su bata azul cielo y salió al balcón a intentar vislumbrar de quien era esa majestuosa voz. Esperaba encontrar una radio encendida en algún barco o quizás no ver nada. Pero lo que vio le dejó desconcertado.  Era, con diferencia, lo más bello que había visto en la vida. Una muchacha bastante joven le observaba con mirada seductora. Su cabello pelirrojo se movía con delicadeza y caía graciosamente sobre sus delgados hombros. Llevaba también un vestido blanco como la nieve que no se mojaba con el mar. Sin pensárselo dos veces; David bajó las escaleras que le comunicaban con la playa de rocas para buscar su antigua barca. Estaba dispuesto a acercarse a aquella mujer. Cuando la barca tocó el agua, el farero se dio cuenta que no iba a sostener su peso pero la belleza de aquel ser extraordinario le pudo por completo. Las olas amenazaban por volcar la barca pero David era un gran marinero y no se dejaría vencer tan fácilmente. Notó como se iba acercando a la roca donde la mujer le miraba con aquellos ojos verdes esmeralda… dentro de un par de metros la podría tocar… podría acariciar su pelo… podría mirarle a los ojos… podría escuchar aquel canto que le tenía embelesado una y otra vez… cuanto más se acercaba, más cosquillas sentían sus orejas… ya estaba… solo dos remadas más y… David llegó a la roca. Hizo un nudo a la barca y se subió a aquel lugar donde la mujer estaba sentada. Le fue a tocar su perfilada cara pero… era más rugosa de lo que esperaba… Era más larguiducha de lo que esperaba… No era lo que él realmente esperaba. De pronto perdió el equilibrio. Notó como el agua le llenaba los pulmones. Pero no le importaba siempre y cuando estuviera con aquella mujer. Le cogió y los dos se hundieron en el inmenso mar. Días más tarde, la policía acudió a investigar la muerte del hombre. Resultó que unos marineros que por allí pescaban habían visto al farero acariciar unas algas y después arrancarlas de la roca donde vivían para hundirlas junto a él. Los policías no lograron encontrar el cadáver del hombre ni tampoco la barca. ¿Arte de magia? 

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-Una comida como otra cualquiera-

La lluvia caía fieramente tras la ventana. Los árboles se movían sin ton ni son. La luna no había decidido salir aquella noche donde la oscuridad reinaba orgullosa. Yo veía aquel panorama desde la pequeña ventana que tenía en mi habitación. También escuchaba como mi familia comía en la cocina. Escuchaba los cubiertos caer sobre el plato, las jarras echando agua y… los gritos de mis padres. No quería formar parte de aquello. Ya estaba harta de los insultos, las palabrotas, los papeles extraños, las palabras “no os preocupéis”, “no se lo digáis a papá” o “mamá no se puede enterar”… Todas las comidas eran iguales. Empezábamos todos contentos hablando y acabábamos cada uno en una punta de la casa por la culpa de nuestros padres. Tengo que reconocer que también tenía miedo. Miedo de que mi familia se separara. Y cuando eso ocurriera yo no quería estar ahí. De repente alguien llamó a mi puerta y abrió.

— ¡Hola! Ehm… ¿no pretendes comer nada? — Me preguntó mi hermana Lola.

— No.

— Bueno… como no has venido a comer… se me ha ocurrido traerte las sobras. — me puso delante una bandeja con arroz, pollo, puré de boniato y un vaso de agua.

— Gracias Lola, pero creo que no quiero nada. No me encuentro bien.

— ¿Tienes miedo?

— Si pero… — de repente se escucharon unos gritos que venían de la cocina. Vasos rotos, platos resquebrajados, la lámpara tambaleándose, un ruido fortísimo como de un portazo…  Mi madre estaba sola, en la entrada, entre lágrimas.

— Vuestro padre se ha ido — Ya nada volvió a ser lo mismo.

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-Terror en una calle de Madrid-

Las luces parpadean en una larga calle de Madrid. Ella camina. Paso tras paso. Muy lentamente. Cada segundo se da la vuelta. Nerviosa. Intenta vislumbrar algo en aquella oscuridad. No lo consigue. Continúa caminando. Va encorvada y cabizbaja. Su cuerpo tiembla ferozmente. Las estrellas ayudan a iluminar la calle. Sin embargo, ella sigue intranquila. Escucha ruidos extraños. Oye voces susurrando a su alrededor. Se gira… pero no hay nadie. Sigue andando. Sin rumbo fijo. De repente, siente un golpe en el hombro. Sin tiempo para reaccionar… todo se vuelve oscuro.

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-Tic Tac Tic Tac-

Tic tac, tic tac… Tenía que deshacerme de ese sonido… Tic tac, tic tac… No podía más… Tic tac, tic tac… Cogí aquel endemoniado objeto… Tic tac, tic tac… Podía meterlo en el armario… Tic tac, tic tac… Nada… Tic tac, tic tac… Igual en el horno… Tic tac, tic tac… Tenía que hacer aquel test y me quedaba sin tiempo… Tic tac, tic tac… Tres minutos para mandar el test… Tic tac, tic tac… Tenía que esconderlo cuanto antes…Tic tac, tic tac… en el horno, debajo del colchón, en la cama de perro, entre la estantería… Tic tac, tic tac… Que horror… Tic tac, tic tac… Gracias a aquel horrible reloj me había quedado sin entrar a la mejor universidad de la época.

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-No esperes que esto sea un momento de película-

Un momento de tensión inundó el salón. Más de 50 sugus rodaban por el suelo. Nuestras miradas se cruzaron. Y de repente, escuché: ‘Pareces una farola. Tan inflexible como siempre, Isabella.’ Me contuve para no pegarle un puñetazo. ‘Ah, y por cierto, estás guapísima con esos trapos viejos. Creo que se pasaron de moda en el 32.’ Me miré los pantalones campana y al levantar la vista descubrí que la puerta se cerraba en mis narices. Lloré. No tuve más remedio. Me derrumbé en el sofá y cogí del suelo un sugus de piña. El rímel corría por mis mejillas. No podía pensar con claridad y los recuerdos bonitos no me invadían la cabeza como en las películas. Quizá no teníamos. Mi cara se llenó de nuevo de lágrimas.

EN UNAS POCAS LÍNEAS TODAS LAS EDADES TODOS

-Más muerto que un limonero-

一 ¡jefe, estoy aquí! 
一 Ya le veo, voy para allá.  一 El capitán está en el comedor, tal y como acordamos, y el cocinero ha preparado su  comida favorita: tosta de queso de cabra caramelizado.   一 O sea, que tiene para rato. Estupendo. El motín está saliendo a la perfección. Pero… ¿se han acordado ustedes de quitar las armas del comedor?
一 Todas menos su viejo arpón, ya sabe que no se despega de él. Pero hemos puesto  superglue al gatillo así no podrá disparar. 一 Son magníficos. Además, todos están informados, espero…  
一 Sí. Todos a punto y con las espadas a mano.  
一 Sí, supongo, aunque debemos hacerlo bien… ¿y el capitán no se enfadará?
一 Grumete para cuando termine el motín el capitán estará muerto. 
一 Mu… mu… ¿muerto? 
一 Sí. Más muerto que el limonero que planté el año pasado.

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-Una mente en blanco-

“El Mercadona estaba repleto” pensó José al salir. Estaba cansado. Rubí, su travieso buldog,  no parecía querer andar. “Maldito perro” pensó  mientras daba otro tirón. Cogió su Smartphone sin darse cuenta que cruzaba un paso de cebra. De repente un coche le rozó, y lo siguiente que vio fue a su perro aplastado en la carretera. Los ojos se le entrecerraron. Intentó ir a recoger a Rubí, aunque fuera intentar dar un paso pero sus músculos no respondían. Las lágrimas le resbalaban por la camisa y no podía contenerlas. Quería hacerlo pero no podía. Como si de una película se tratara: un coche pitó, una anciana alarmada gritó, el guardia se paró. Las imágenes le invadían muy lentamente. Cuando un niño le posó a Rubí en sus brazos la mente se le quedó en blanco.