Un curioso olor a polvo
Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Los tres pararon de cuchichear y me miraron.
—Aurora, te toca. —Tragué saliva y examiné aquel objeto que me daba dolor de cabeza.
Me acerqué aún más. Desprendía un curioso olor a polvo. Intenté levantar la mano, pero el cuerpo no me respondía. Me volvieron a observar con miradas acusadoras. Tenía que hacerlo o nunca me volverían a hablar.
—¿Qué pasa? ¿Acaso tienes miedo? Sí. Tenía mucho miedo, pero sabía que decirlo sólo causaría problemas. Volví a intentar levantar la mano. Esta vez me hizo caso, pero temblaba. Y mucho. La coloqué a tan solo unos centímetros de la tabla. Una vez que la posara y formulara la pregunta, ya no habría vuelta atrás.
—Aurora… —Me olvidé de todas las consecuencias y la puse. El contacto frío del metal me produjo un escalofrío, pero no era para tanto. Suspiré y empecé a recitar la frase con calma. Las palabras se escurrían de mi boca. No podía controlarlas. Si ahora me preguntaran, no lograría recordar lo que dije. Pero en cuanto acabé de hablar, sucedió. El metal se empezó a deslizar por la tabla cual serpiente y yo me asusté. Meses después mucha gente sigue sin creerme y yo sigo jurando que se movió solo. Yo no hice absolutamente nada. Una vez que el objeto se quedó quieto observé la cara de mis amigos. Estaban todos pálidos y mirándome con los ojos como platos.
—Aurora has… has… —Pero los ojos se me cerraron y los oídos se me taponaron de repente. La mente se me quedó en blanco y el cuerpo empezó a actuar por sí solo. Noté como me levantaba y como una maquiavélica voz me susurraba: <<Despídete de tus amigos>>
A la mañana siguiente me desperté en la misma habitación con el cuerpo lleno de rasguños y arañazos. Todos los muebles estaban tirados y tres cuerpos yacían muertos en mitad de la habitación. Solo había un objeto totalmente intacto. La ouija, que seguía desprendiendo un curioso olor a polvo.