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Un curioso olor a polvo

Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Los tres pararon de cuchichear y me miraron.

—Aurora, te toca. —Tragué saliva y examiné aquel objeto que me daba dolor de cabeza.

Me acerqué aún más. Desprendía un curioso olor a polvo. Intenté levantar la mano, pero el cuerpo no me respondía. Me volvieron a observar con miradas acusadoras. Tenía que hacerlo o nunca me volverían a hablar.

—¿Qué pasa? ¿Acaso tienes miedo? Sí. Tenía mucho miedo, pero sabía que decirlo sólo causaría problemas. Volví a intentar levantar la mano. Esta vez me hizo caso, pero temblaba. Y mucho. La coloqué a tan solo unos centímetros de la tabla. Una vez que la posara y formulara la pregunta, ya no habría vuelta atrás.

—Aurora… —Me olvidé de todas las consecuencias y la puse. El contacto frío del metal me produjo un escalofrío, pero no era para tanto. Suspiré y empecé a recitar la frase con calma. Las palabras se escurrían de mi boca. No podía controlarlas. Si ahora me preguntaran, no lograría recordar lo que dije. Pero en cuanto acabé de hablar, sucedió. El metal se empezó a deslizar por la tabla cual serpiente y yo me asusté. Meses después mucha gente sigue sin creerme y yo sigo jurando que se movió solo. Yo no hice absolutamente nada. Una vez que el objeto se quedó quieto observé la cara de mis amigos. Estaban todos pálidos y mirándome con los ojos como platos.

—Aurora has… has… —Pero los ojos se me cerraron y los oídos se me taponaron de repente. La mente se me quedó en blanco y el cuerpo empezó a actuar por sí solo. Noté  como me levantaba y como una maquiavélica voz me susurraba: <<Despídete de tus amigos>>

A la mañana siguiente me desperté en la misma habitación con el cuerpo lleno de rasguños y arañazos. Todos los muebles estaban tirados y tres cuerpos yacían muertos en mitad de la habitación. Solo había un objeto totalmente intacto. La ouija, que seguía desprendiendo un curioso olor a polvo.

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-¿Arte de magia?-

Era una tarde de diciembre en medio del océano Cantábrico. Las olas amenazaban a los barcos con una fuerza sobrenatural. Entre todo aquel entorno resaltaba un pequeño faro rojo como la sangre. En él, David, el farero, colocaba el combustible para que las luces brillaran durante toda la noche. Después de terminar se puso el pijama y se metió en la cama. Se arropó con las sábanas y se dispuso a dormir tranquilo. Pasaron dos horas y lo único que  se oía eran las grandes olas rompiendo en los acantilados. De repente, David escuchó un delicado canto. Las notas golpeaban más fuerte que el mar. El viejo farero se levantó al instante. Nunca había escuchado algo parecido. Cogió su bata azul cielo y salió al balcón a intentar vislumbrar de quien era esa majestuosa voz. Esperaba encontrar una radio encendida en algún barco o quizás no ver nada. Pero lo que vio le dejó desconcertado.  Era, con diferencia, lo más bello que había visto en la vida. Una muchacha bastante joven le observaba con mirada seductora. Su cabello pelirrojo se movía con delicadeza y caía graciosamente sobre sus delgados hombros. Llevaba también un vestido blanco como la nieve que no se mojaba con el mar. Sin pensárselo dos veces; David bajó las escaleras que le comunicaban con la playa de rocas para buscar su antigua barca. Estaba dispuesto a acercarse a aquella mujer. Cuando la barca tocó el agua, el farero se dio cuenta que no iba a sostener su peso pero la belleza de aquel ser extraordinario le pudo por completo. Las olas amenazaban por volcar la barca pero David era un gran marinero y no se dejaría vencer tan fácilmente. Notó como se iba acercando a la roca donde la mujer le miraba con aquellos ojos verdes esmeralda… dentro de un par de metros la podría tocar… podría acariciar su pelo… podría mirarle a los ojos… podría escuchar aquel canto que le tenía embelesado una y otra vez… cuanto más se acercaba, más cosquillas sentían sus orejas… ya estaba… solo dos remadas más y… David llegó a la roca. Hizo un nudo a la barca y se subió a aquel lugar donde la mujer estaba sentada. Le fue a tocar su perfilada cara pero… era más rugosa de lo que esperaba… Era más larguiducha de lo que esperaba… No era lo que él realmente esperaba. De pronto perdió el equilibrio. Notó como el agua le llenaba los pulmones. Pero no le importaba siempre y cuando estuviera con aquella mujer. Le cogió y los dos se hundieron en el inmenso mar. Días más tarde, la policía acudió a investigar la muerte del hombre. Resultó que unos marineros que por allí pescaban habían visto al farero acariciar unas algas y después arrancarlas de la roca donde vivían para hundirlas junto a él. Los policías no lograron encontrar el cadáver del hombre ni tampoco la barca. ¿Arte de magia? 

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-Una pizca de sal y… ¡TA-TA-TA-CHÁN! (octubre 2021)

Un poco de azúcar, una pizca de sal, medio kilo de harina, dos huevos, doscientos mililitros de leche… y ¡ta-ta-ta-chán!… ¡Un bizcocho! ¿Nunca habéis pensado que cocinar es como hacer magia? Yo sí. La cocina necesita orden, templanza, cariño, ilusión y quizás lo más importante, imaginación. La cocina es magia: mezclar ingredientes para crear sabores desconocidos, combinar formas y colores haciendo emplatados que parecen imposibles. La cocina es magia: es una actividad apasionante, complicada, misteriosa y con un sinfín de posibilidades que hacen que a lo largo de la historia haya sido, junto con la música, el centro de la cultura de todos los rincones del mundo.

Gran parte de nuestra vida gira en torno a la cocina y quizás es por eso por lo que me gusta tanto. Sin embargo, últimamente no parezco la única enamorada de la cocina. Desde hace ya unos años esta actividad ha pasado de ser una labor exclusiva de las amas de casa a ser un magnífico hobby que todo el mundo parece querer. Es por eso por lo que la cocina se ha convertido de repente en la clave principal de muchos programas de televisión, realities, clases y cursos, reuniones de amigos y conversaciones.

¿Y por qué de repente este boom culinario? Supongo que las razones son infinitas, pero yo os voy a dar tres por las que a mí la cocina me gusta tanto.

Para todos los gustos

La cocina ha dejado de ser una actividad solo para un grupo reducido de la población. Por ejemplo, según las estadísticas, el porcentaje de hombres menores de 30 años que sabe cocinar es casi igual que el de mujeres (en torno al 60%, frente al 70% de mujeres). Este porcentaje es solo del 30% si preguntamos a los mayores de 75 años. La cocina se ha convertido en una actividad para todos, que puede hacer desde un niño hasta un anciano, pasando por adolescentes y personas de mediana edad. Sean del género que sean, de la raza que sean y del país que sean. De esta manera, se ha convertido de repente en algo para hacer en grupo, para compartir en una tarde entre amigos, pasar un día en familia o divertirse en un cumpleaños. Parece que mientras que antes en las reuniones lo importante era comer, ahora lo importante es cocinar.  

En el confinamiento el mejor tratamiento.

Seguramente no sabíais que durante el confinamiento, la cocina se convirtió en uno de los hobbies favoritos tanto de jóvenes como de adultos. Por esto, no es extraño que tras los peores meses de pandemia Masterchef (uno de los talents culinarios más famosos de España) haya batido el récord de personas inscritas al casting… ¡¡¡¡70.000 personas!!!! La verdad es que en los tiempos del quédate en tu casa la cocina ha sido una especie de ventana abierta donde podías viajar a lugares remotos como La India o China tan solo probando un plato. Y es que, por muy pequeña que sea una casa siempre hay una cocina y en el confinamiento la única actividad que podíamos hacer para salir a la calle era bajar al supermercado. Eso hizo que nuestra imaginación se disparara y nos decidiéramos a empezar a cocinar o a probar nuevos platos (si ya lo hacíamos antes); nuevos platos originales y deliciosos. Desde esta ventana, cada día, podías mirar a un lugar completamente diferente. 

Comer mejor porque cada vez comemos peor

Vivimos un día a día agobiante y con prisas y eso hace que cada vez comamos peor. Entre semana, vamos corriendo a todos los sitios y a menudo las familias tiran de comida rápida o comidas precocinadas. Por eso cocinar sano los fines de semana se ha convertido en algo fundamental para equilibrar nuestra alimentación. También los comedores de los colegios intentan ayudar a las familias con prisas: controlan las calorías, equilibran los menús, incluyen fruta, verdura y legumbres entre los diferentes días de la semana para intentar que comamos de todo. Entre todos, nos esforzamos por buscar formas de cocinar con ingredientes más sanos y naturales, hacer comidas divertidas, que entren por los ojos. En definitiva, intentar hacer las cosas bien, cuando se tiene tiempo para ello, se ha convertido en una prioridad. 

Por todo esto me encanta cocinar, probar recetas nuevas una y otra vez. No necesitas ni los mejores ingredientes, ni la mejor vajilla ni tampoco ser el mejor chef. Lo único que te hace falta es tomarte un poco de tiempo para preparar tus platos, unos comensales con ganas de disfrutar (por supuesto, ¡también vales tú!) y una gran imaginación para crear un sinfín de platos diferentes ¿Qué? ¿A vosotros también os ha entrado hambre? Pues acabo ya para que podáis ir a poneros el delantal…

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-Saber ganar- (julio 2021)

Tokio, 23 de julio. 42 deportes, 205 países y 12.000 atletas se preparan para el gran evento. La cabalgata de inauguración comienza. Millones de telespectadores observan atentamente su televisión. Todos están emocionados. Los Juegos Olímpicos han empezado.

Hace un par de días comenzaron las Olimpiadas. Este año celebradas en Tokio. Mientras veía la ceremonia de inauguración, me dio por pensar en qué es lo que se necesita para ser un gran deportista.

 A pesar de hacer bastante deporte, no sabría enumerar todo lo que es necesario para triunfar pero hay dos características que estoy segura de que son imprescindibles: Saber ganar y saber perder.

Comencemos por lo que significa saber ganar. Siempre que hablo de esto mis amigos me llevan la contraria. Dicen que no se puede saber ganar, que tú ganas y punto. Pero no creo que sea tan sencillo. Es más, diría que es igual de importante ser un buen ganador que un buen perdedor. Un buen ganador no se burla  cuando gana, no se cree superior que el contrario, felicita a los que han perdido con deportividad, sabe que por muy bueno que haya sido esta vez, llegará el día en que alguien sea mejor que él. Tristemente, esta manera de entender una simple victoria no suele ser habitual en nuestra sociedad Simplemente no es muy normal darle importancia a saber ganar. Nadie nos lo enseña.

Y ahora pensemos en qué es saber perder. En eso tengo mucha más experiencia: Es un sábado temprano y mi equipo de baloncesto está reunido en el colegio donde nos toca jugar. A pesar de haber perdido todos los partidos de la temporada, nos hemos despertado con mucha ilusión y ganas de darlo todo en el campo como lo hemos hecho tantas otras veces. Los entrenadores nos dedican unas palabras de ánimo y rápidamente entramos a divertirnos. Saltamos en el centro de la pista y hábilmente nuestro equipo coge la pelota. Una jugadora contraria, sin embargo, nos la roba y mete una limpia canasta. No pasa nada, pensamos, hay que seguir. El partido continua y después de 40 minutos de esfuerzo, canastas, fallos aciertos, robos, tropezones, heridas… nos acercamos al centro de la cancha a aplaudir con deportividad. A pesar de haber perdido lo seguimos haciendo, una y otra vez, no importa el día, el rival, el mes, el marcador, si hemos terminado enfadadas o contentas, si hemos jugado bien o mal. Siempre, cuando termina el partido, lo primero que hacemos es aplaudir al contrincante con una sonrisa en la cara. Es lo que nos han enseñado. Al salir, nuestros padres nos sonríen, les contamos el partido y recordamos juntos los buenos momentos. También los malos. Todos los fallos, lo que creemos que hemos mejorado y las cosas en las que aún podemos mejorar. No se escuchan críticas ni reproches. No se escucha hablar mal de los árbitros, de las rivales, de las compañeras,  de los entrenadores… Un buen perdedor es capaz de no frustrarse, no enfadarse cuando pierde, alegrarse por el ganador, no poner escusas…  Eso es saber perder.

Sin duda el deporte nos ayuda a entender muchas cosas fundamentales: la deportividad, el trabajo en equipo, la importancia de la decisión, la seguridad en nosotros mismos, etc.  Y, por supuesto, a aceptar que unas veces se gana y otras se pierde. Pero todo esto no sería tan importante si se quedase solo ahí, en el ámbito deportivo. Lo bonito del deporte es que todo lo que en él aprendemos, es fundamental en el resto de nuestra vida: en el trabajo, en el cole, en casa, cuando estamos con nuestros amigos…

Eso significa que, en realidad, al hablar de deporte no solo hablamos de deporte. También hablamos de aprender lo imprescindibles para ser feliz y hacer felices a los demás.

Igual es por eso por lo que nos gusta tanto. Igual es por eso por lo que, cada cuatro años, millones de personas se reúnen alrededor del televisor a ver las Olimpiadas. A admirar a todos aquellos deportistas que ganan, pierden, que se esfuerzan, que dan siempre lo mejor de ellos. A sus entrenadores que cuando acaba la prueba les felicitan pase lo que pase. A sus familias que les apoyan día y noche al igual que sus seguidores. En definitiva a disfrutar de unos Juegos Olímpicos donde aprendemos mucho más de lo que creemos.