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-Saber ganar- (julio 2021)

Tokio, 23 de julio. 42 deportes, 205 países y 12.000 atletas se preparan para el gran evento. La cabalgata de inauguración comienza. Millones de telespectadores observan atentamente su televisión. Todos están emocionados. Los Juegos Olímpicos han empezado.

Hace un par de días comenzaron las Olimpiadas. Este año celebradas en Tokio. Mientras veía la ceremonia de inauguración, me dio por pensar en qué es lo que se necesita para ser un gran deportista.

 A pesar de hacer bastante deporte, no sabría enumerar todo lo que es necesario para triunfar pero hay dos características que estoy segura de que son imprescindibles: Saber ganar y saber perder.

Comencemos por lo que significa saber ganar. Siempre que hablo de esto mis amigos me llevan la contraria. Dicen que no se puede saber ganar, que tú ganas y punto. Pero no creo que sea tan sencillo. Es más, diría que es igual de importante ser un buen ganador que un buen perdedor. Un buen ganador no se burla  cuando gana, no se cree superior que el contrario, felicita a los que han perdido con deportividad, sabe que por muy bueno que haya sido esta vez, llegará el día en que alguien sea mejor que él. Tristemente, esta manera de entender una simple victoria no suele ser habitual en nuestra sociedad Simplemente no es muy normal darle importancia a saber ganar. Nadie nos lo enseña.

Y ahora pensemos en qué es saber perder. En eso tengo mucha más experiencia: Es un sábado temprano y mi equipo de baloncesto está reunido en el colegio donde nos toca jugar. A pesar de haber perdido todos los partidos de la temporada, nos hemos despertado con mucha ilusión y ganas de darlo todo en el campo como lo hemos hecho tantas otras veces. Los entrenadores nos dedican unas palabras de ánimo y rápidamente entramos a divertirnos. Saltamos en el centro de la pista y hábilmente nuestro equipo coge la pelota. Una jugadora contraria, sin embargo, nos la roba y mete una limpia canasta. No pasa nada, pensamos, hay que seguir. El partido continua y después de 40 minutos de esfuerzo, canastas, fallos aciertos, robos, tropezones, heridas… nos acercamos al centro de la cancha a aplaudir con deportividad. A pesar de haber perdido lo seguimos haciendo, una y otra vez, no importa el día, el rival, el mes, el marcador, si hemos terminado enfadadas o contentas, si hemos jugado bien o mal. Siempre, cuando termina el partido, lo primero que hacemos es aplaudir al contrincante con una sonrisa en la cara. Es lo que nos han enseñado. Al salir, nuestros padres nos sonríen, les contamos el partido y recordamos juntos los buenos momentos. También los malos. Todos los fallos, lo que creemos que hemos mejorado y las cosas en las que aún podemos mejorar. No se escuchan críticas ni reproches. No se escucha hablar mal de los árbitros, de las rivales, de las compañeras,  de los entrenadores… Un buen perdedor es capaz de no frustrarse, no enfadarse cuando pierde, alegrarse por el ganador, no poner escusas…  Eso es saber perder.

Sin duda el deporte nos ayuda a entender muchas cosas fundamentales: la deportividad, el trabajo en equipo, la importancia de la decisión, la seguridad en nosotros mismos, etc.  Y, por supuesto, a aceptar que unas veces se gana y otras se pierde. Pero todo esto no sería tan importante si se quedase solo ahí, en el ámbito deportivo. Lo bonito del deporte es que todo lo que en él aprendemos, es fundamental en el resto de nuestra vida: en el trabajo, en el cole, en casa, cuando estamos con nuestros amigos…

Eso significa que, en realidad, al hablar de deporte no solo hablamos de deporte. También hablamos de aprender lo imprescindibles para ser feliz y hacer felices a los demás.

Igual es por eso por lo que nos gusta tanto. Igual es por eso por lo que, cada cuatro años, millones de personas se reúnen alrededor del televisor a ver las Olimpiadas. A admirar a todos aquellos deportistas que ganan, pierden, que se esfuerzan, que dan siempre lo mejor de ellos. A sus entrenadores que cuando acaba la prueba les felicitan pase lo que pase. A sus familias que les apoyan día y noche al igual que sus seguidores. En definitiva a disfrutar de unos Juegos Olímpicos donde aprendemos mucho más de lo que creemos.

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-Una buena-mala noticia -(junio 2021)

Es domingo por la mañana, el sol ya ha salido y alumbra con una luz veraniega. El aire huele a vacaciones y no hay ni una sola alma por la calle. Estoy sentada en el sillón, aún con el pijama puesto. El ordenador sobre mis piernas, como no, encendido. En una mano el ratón y en la otra mi taza favorita llena de leche bien fría. En la pantalla del portátil, una página de buenas noticias. Necesito algo sobre lo que escribir la columna. Muevo el ratón con insistencia, pero no logro encontrar nada que me resulte relevante. Mis ojos pasan por millones de titulares de diferentes colores: rosas, azules, verdes, morados, negros, marrones… Por fin algo llama mi atención. Título amarillo, letras grandes y una fotografía. ¡Puede ser lo que busco! Cliqueo para seguir leyendo: Las personas mayores que viven en España van a beneficiarse de una Estrategia Nacional para combatir el problema de la soledad en gente de más de 65 años. El Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 empieza ya a trabajar con las Comunidades.                                                                                                                              

Qué buena noticia. Sí, sin duda es una gran noticia. Sin embargo, termino de leer el artículo  y no me siento del todo feliz.  Me paro a pensar: España, un país con más de 47 millones de habitantes de los que alrededor de dos millones viven en soledad sin quererlo ¿Y qué pasa con los otros 45 millones? ¿Acaso no nos damos cuenta? ¿No podríamos hacerles compañía? ¿No se supone que vivimos en una sociedad en la que estamos todos conectados? ¿Necesitamos que el Gobierno prepare un Estrategia Nacional para que los mayores no se sientan solos? ¿Es una buena noticia que tengan que actuar las instituciones porque nosotros no somos capaces?

Desde luego que no. No es una buena noticia que no nos demos cuenta de que algunos de nuestros mayores se encuentran solos. Es una mala noticia que nos enteremos por los periódicos de que hay 2 millones de personas que necesitan nuestra compañía. Es una mala noticia que no se nos ocurra nunca tocar el timbre de ese vecino que sabemos que vive solo para hablar con él y alegrarle un poco el día (o quizás, que nos lo alegre él a nosotros). Es una mala noticia que cuando algún mayor nos habla por la calle hagamos oídos sordos. Me parece una mala noticia que no seamos capaces de agradecerles todo lo que han hecho por nosotros. Todo lo que hemos aprendido de ellos.

Lo que sí sería una buena noticia es que nuestros mayores no se sintieran solos. Que aprendiéramos a escucharles. Que disfrutáramos aprendiendo de ellos. También sería una buena noticia que, sin esperar nada a cambio, les brindáramos una sonrisa, una palabra amable. Que les visitáramos frecuentemente. Sería una gran noticia que les invitáramos a pasar con nosotros algunos días de vacaciones. Sería una buena noticia que nadie tuviera que hablar de este tema. Que no necesitáramos una Estrategia Nacional para combatir la soledad sí que sería una magnífica noticia.

En definitiva, lo que sería de verdad una buena noticia es que yo no hubiera tenido que escribir este artículo.

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-Y Elena aprendió- (mayo 2021)

Elena escuchaba atentamente a su madre. La oía hablar sobre el escenario 2, las clases burbuja, el confinamiento… demasiadas preguntas le surcaban la cabeza: ¿Podré ver a mis amigas? ¿Podré ir al cole todos los días? ¿Aprenderé todo lo que necesito? ¿Será necesario estar siempre con mascarilla, o me la podré quitar? ¿Qué debo hacer para no coger el Covid? ¿Y para no contagiarlo? Estaba feliz por volver al cole pero, con tantas dudas, Elena también tenía miedo. Miedo de que les confinaran cada dos por tres, de que nada funcionase, de no poder acabar el curso, de que alguno de sus amigos tuviera Covid. Miedo de no poder hacer algunos exámenes, de no saber cómo actuar ante determinadas situaciones. Miedo incluso de cosas sencillas como no saber si podrían o no comer en el cole o tomar la merienda…Pero empezó el curso y, poco a poco, Elena fue aprendiendo a jugar en un pequeño cuadrado del patio, a respetar las distancias entre burbujas, a comer sin hablar con el compañero. Aprendió a llevar la mascarilla todo el tiempo, a respirar bien con ella, a no compartir material, a estudiar a través del ordenador… Elena aceptó no cambiar cromos en el patio, cargar los viernes con todos sus libros por si el lunes no podían volver y entrenar al baloncesto con un balón propio. Cambió el ir a la casa de sus amigas a dormir por dar con ellas un paseo por la montaña. Se acostumbró a preguntar cada semana qué restricciones tenían que seguir, a echarse gel hidroalcóholico veinte veces al día y a no culpar a la niña con Covid que les había obligado a guardar cuarentena y quedarse con las ganas de ir ese cumpleaños tan esperado. La emoción infinita de al fin celebrar su comunión aunque fuera solo con ocho amigas parecía no llegar, pero no se desesperaba por ello; al contrario, había aprendido a buscar siempre una solución. Elena aprendió a convivir con la pandemia, a sufrir, a recordar y a amar lo que antes teníamos. Apenas queda un mes de clase y todos los niños, como Elena, hemos aprendido esto y más. Y al contrario de lo que pensaba la mayoría, hemos conseguido acabar el curso. Ha sido un año diferente; con risas, tristezas, altibajos, confinamientos, buenas noticias y también malas, pero eso  ha hecho que seamos más fuertes y podamos caminar ahora con la cabeza bien alta y mucho orgullo. ¡¡Si hasta la Comunidad de Madrid nos ha dado una medalla!! A pesar de todo, creo que esto ha sido la experiencia de vida más difícil y a la vez valiosa que nos ha podido tocar, y que todos los niños que, como Elena, hemos vivido este curso 2020-2021 estaremos a partir de ahora preparados para todo lo que nos suceda. No digo que haya sido un año bueno, ya que ha habido muchas pérdidas queridas, demasiadas familias que han sufrido más de lo que les tocaba y que siguen sufriendo. Pero sí creo que esta pandemia nos ha hecho más positivos, menos egoístas y más valientes.

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-Cansados del Más acá- (abril 2021)

El pasado 25 de abril, se celebró la noche más importante del mundo del cine: Los Premios Oscar 2021. Y parece que, este año, los guionistas de las pelis de animación se han cansado del Más acá y han decidido asomarse al Más allá. Y es que, observando los nominados a mejor película y corto de animación, me llama la atención el esfuerzo de los diferentes protagonistas por encontrar una conexión entre lo humano y el mundo de los que ya no están. Como si de un catálogo de viajes al otro mundo se tratase, las películas muestran las diferentes maneras de dejar a un lado la vida real y conectar con los espíritus, ya sea a través de los sueños como en Genius Loci, de la meditación como en Soul, de la magia de Onward, de los recuerdos en If anything happens I love you, de la ciencia en Over the Moon o de la conexión con la naturaleza en Wolfwalkers. Tampoco la manera de comunicarnos con nuestras almas, tiene que ser siempre la misma. Nos encontramos con el tono de humor típico de Pixar en Onward y Soul, el dramatismo de If anything happens I love you, la nostalgia de Genius Loci, la fantasía de Over the Moon o el enfoque aventurero y mágico de Wolfwalkers, Y tratándose de películas de animación, no puedo dejar de hablaros de sus dibujos. Esta edición se ha caracterizado por la variedad de estilos. Genius Loci nos sorprende con un diseño muy nuevo, contando la historia a través de acuarelas, a medio camino entre el cubismo de Picasso y el surrealismo de Miró; expresando con colores cálidos y primarios el estado de soledad e intranquilidad de la protagonista. En If anything happens I love you, los dibujos son esbozos hechos en blanco y negro con personajes sencillos pero tiernos y escenas con movimientos continuos y lentos, donde hasta la música puede verse dibujada. Wolfwalkers utiliza también la acuarela, pero da un toque original con sus dibujos planos que contrastan las formas angulosas y rígidas y los tonos grises del infeliz pueblo con los colores otoñales y las formas redondeadas del bosque donde los personajes son libres y dejan fluir su verdadero yo. Y llegados a este punto, si tuviera que escoger mi peli y corto favoritos, coincidiría solo a medias con la elección de la Academia. Para mí, la película ganadora debería haber sido Wolfwalkers. Esta peli, la última de una trilogía sobre leyendas irlandesas, expresa muy bien lo que es la amistad y el deseo de los niños a ser libres y es, en mi opinión, la que mejor une dibujos, música e historia. Además, tras la tercera nominación dentro de la misma saga, llevarse el Premio hubiera supuesto por fin un poco de justicia para su director. De cortos, sin duda alguna, me quedaría con la ganadora If anything happens I love you que cuenta la historia de unos padres que intentan superar la muerte de su hija durante un tiroteo en un instituto de Estados Unidos. A través de magníficos dibujos, en un continuo juego entre las personas y lo que parecen sus sombras, nos hacen comprender su profunda tristeza al recordar el tiempo con la pequeña. Con una brillante utilización del silencio, nos hacen integrarnos en la historia, en especial cuando éste es interrumpido por el ruido del tiroteo y los gritos de los niños. También el gris del lápiz es interrumpido por pequeños golpes de color como la gran bandera americana que nos recuerda dónde transcurre la tragedia. Un corto tan triste como bonito que no debemos dejar de ver (ni de llorar).

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-No esperes que esto sea un momento de película-

Un momento de tensión inundó el salón. Más de 50 sugus rodaban por el suelo. Nuestras miradas se cruzaron. Y de repente, escuché: ‘Pareces una farola. Tan inflexible como siempre, Isabella.’ Me contuve para no pegarle un puñetazo. ‘Ah, y por cierto, estás guapísima con esos trapos viejos. Creo que se pasaron de moda en el 32.’ Me miré los pantalones campana y al levantar la vista descubrí que la puerta se cerraba en mis narices. Lloré. No tuve más remedio. Me derrumbé en el sofá y cogí del suelo un sugus de piña. El rímel corría por mis mejillas. No podía pensar con claridad y los recuerdos bonitos no me invadían la cabeza como en las películas. Quizá no teníamos. Mi cara se llenó de nuevo de lágrimas.

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-Más muerto que un limonero-

一 ¡jefe, estoy aquí! 
一 Ya le veo, voy para allá.  一 El capitán está en el comedor, tal y como acordamos, y el cocinero ha preparado su  comida favorita: tosta de queso de cabra caramelizado.   一 O sea, que tiene para rato. Estupendo. El motín está saliendo a la perfección. Pero… ¿se han acordado ustedes de quitar las armas del comedor?
一 Todas menos su viejo arpón, ya sabe que no se despega de él. Pero hemos puesto  superglue al gatillo así no podrá disparar. 一 Son magníficos. Además, todos están informados, espero…  
一 Sí. Todos a punto y con las espadas a mano.  
一 Sí, supongo, aunque debemos hacerlo bien… ¿y el capitán no se enfadará?
一 Grumete para cuando termine el motín el capitán estará muerto. 
一 Mu… mu… ¿muerto? 
一 Sí. Más muerto que el limonero que planté el año pasado.

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-Una mente en blanco-

“El Mercadona estaba repleto” pensó José al salir. Estaba cansado. Rubí, su travieso buldog,  no parecía querer andar. “Maldito perro” pensó  mientras daba otro tirón. Cogió su Smartphone sin darse cuenta que cruzaba un paso de cebra. De repente un coche le rozó, y lo siguiente que vio fue a su perro aplastado en la carretera. Los ojos se le entrecerraron. Intentó ir a recoger a Rubí, aunque fuera intentar dar un paso pero sus músculos no respondían. Las lágrimas le resbalaban por la camisa y no podía contenerlas. Quería hacerlo pero no podía. Como si de una película se tratara: un coche pitó, una anciana alarmada gritó, el guardia se paró. Las imágenes le invadían muy lentamente. Cuando un niño le posó a Rubí en sus brazos la mente se le quedó en blanco.

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-Manos en Nochebuena-

Si hay una cosa que me pone histérica en las cenas familiares son las manos. Sé que  es muy raro, pero es que no puedo con ello. Tanto al moverlas para expresarse, como  al coger una copa de vino. Estas extremidades se mueven por la mesa como si fueran  hormigas, pero no trabajan, tan solo estorban. Mis manos las utilizo para lo  estrictamente necesario, para nada más. Pero parece que en esta casa no siguen mi  ejemplo. En la cena ya se han caído dos copas de agua y a punto ha estado de caerse  el salero y la ensalada. Y todo por culpa de las malditas manos.

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-Por fin-

Recuerdo la taza de Coca Cola sin gas de aquel 29 de febrero, el té helado del magnífico Caribe… No entiendo cómo he podido haber vivido tantas aventuras siendo lo que soy. Pero ahora, por fin todo se acaba. Por fin cambio de estado. Por fin puedo olvidar todos los niños maleducados que me han chuperreteado sin compasión. Por fin, qué magnífica expresión. Y ahora me despido de vosotros pues, por fin, soy agua.

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-Alguien diferente-

Vi a la niña entrar en la escuela con su camisa de colores llena de manchas de experimentos. Sus zapatos eran rojos, uno con tacón y otro no. La gente la saludaba por los pasillos pues todos la conocíamos; sí, todos, también los profesores, las monjas, los mendigos, los bebés… pero ella no se entretenía, solo pensaba en sus cosas. Quizás se paraba en el camino a coger algún envoltorio de caramelo y lo metía en su mochila desordenada. Sus únicos amigos eran los gusanos del patio, a los que acariciaba y hablaba  tiernamente con esa voz melosa y singular.