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-Perdona, no te oigo- (marzo 2021)

mamá ¿me estás escuchando? — una niña mira a su madre que teclea con énfasis en el móvil. Insiste, pero suena una sirena. Las obras en el piso de arriba, un audio en el WhatsApp, los gritos de sus hermanos desde la otra punta de la casa… prueba con su padre, pero está intentando sacar alguna conclusión del debate político que aturde en televisión. Frustrada, coge unas ceras y se va a su cuarto. Demasiado ruido. Nos quejamos continuamente de que los demás no nos comprenden, intentando convencerles de que tenemos razón, de que nos escuchen, de que piensen como nosotros, pero no lo conseguimos. Hay demasiado ruido. El ruido de los políticos que hablan sin escucharse delante de miles de cámaras de televisión, el ruido de la prisa de los que nos rodean, el ruido de la publicidad que nos chilla para comprar baratijas innecesarias, el ruido de la incomprensión en las peleas donde ya se ha olvidado por qué se está discutiendo. Intentamos organizarnos para llegar a todo, pero lo hacemos con tanta prisa que, al final, solo provocamos más ruido; queremos frenar una discusión entre amigos pero lo hacemos juzgando e imponiendo nuestra opinión y, al final, provocamos más ruido; nos empeñamos en mostrar a nuestros profesores que tenemos razón en un ejercicio pero de tan malas maneras que, al final, solo provocamos más ruido. Nos encanta conversar con otras personas sin darnos cuenta de que ellas quieren hablar también, y, al final, solo hacemos más ruido. Queremos disfrutar de la naturaleza, pero nos subimos a la sierra con Los 40 a todo meter, el coche, el móvil, la neverita, el carrito del niño…y, al final, solo hacemos mucho más ruido. Todos centrados en nuestras cosas y, si cada uno va a lo suyo, el ruido no se va, por mucho que lo intentemos. Y si el ruido no se va, no oiremos cuando nos hablamos pero tampoco cuando nos piden ayuda, ni cuando intentan ayudarnos. No oiremos al necesitado, ni los consejos de nuestros mayores. No oiremos al planeta que nos pide a gritos que dejemos de contaminar, la alegría de los niños, el cansancio de los sanitarios, la tristeza del que se encuentra solo… ¡¿Cómo puede ser que gritando más y más fuerte cada vez nos oigamos menos?! Ya lo dice la canción: mucho mucho ruido, tanto tanto ruido, tanto ruido que al final… no me oigo ni yo. Y es que con todo este ruido es imposible pensar con claridad, fijarnos en lo que nos rodea y actuar correctamente. Quizá en lugar de gritar, podríamos pensar en cómo eliminar algo de ruido de nuestras vidas. ¿Seríamos capaces de pararnos a escuchar, intentar entender, empatizar con los demás, pensar antes de gritar…? Confío en que sí.